Los sectores vitivinícolas de Italia y España arrancaron el siglo XXI en una situación de empate técnico, con un precio medio del litro de vino exportado de 1,41 euros en ambos casos. La radiografía de aquel momento mostraba a dos países que gozaban de un producto de calidad, gravemente lastrado por la presencia mayoritaria del granel. Casi dos décadas después, el escenario es diametralmente distinto. De acuerdo a datos del Observatorio Español del Mercado del Vino (OeMv), el país trasalpino alcanzó en 2018 un precio medio de 3,15 euros por litro, un hito que lo situó por primera vez por encima de los tres euros, mientras España cerraba el ejercicio con 1,47 euros por litro.
En las últimas dos décadas, Italia se ha convertido en el mejor ejemplo de que sí es posible superar el pesado lastre del granel. Para ello, ha sabido reconvertir su sector vitivinícola e invertir progresivamente los términos de la ecuación. La consecuencia más evidente es que ha multiplicado la rentabilidad y ha mejorado sustancialmente sus márgenes comerciales y su imagen internacional. Vende mucho más vino y lo hace a un precio que duplica holgadamente la cotización de comienzos de siglo.
El vino más caro del mundo es manchego
Todo ello sin menoscabo de que en las principales regiones granelísticas españolas, como Castilla-La Mancha, Extremadura y Valencia, existen múltiples ejemplos de vinos buenos, muy buenos y excelentes que se comercializan con presentaciones y cotizaciones que ofrecen toda la gama del mercado. Vinos que, además, muy probablemente, multiplicarían su precio si consiguieran cambiar la percepción global y apostaran más firmemente por el embotellado, la diferenciación y el márketing.
No hay que olvidar que el vino más caro del mundo, con un precio por botella que oscila entre 17.000 y 25.000 euros según añada (sí, han leído bien), es el “AurumRed”. Una exclusiva joya vitivinícola que hace palidecer las cotizaciones de las regiones vitivinícolas más reconocidas del planeta y que está elaborada por el manchego Hilario García en el municipio conquense de Las Pedroñeras, precisamente en el corazón de Castilla-La Mancha, la región granelística por excelencia.
Y en ese mundo bipolar, capaz de ofrecer los contrastes más extremos, España no ha conseguido aún lo que Italia ha ido logrando en los años transcurridos del siglo XXI, o sea, el reconocimiento internacional gracias a una acertada estrategia comercial que se ha traducido en la generalización del embotellado y el incremento de precios.
El ejemplo italiano
Por eso es tan importante aprender del ejemplo del país vecino. En 2018 Italia facturó casi 6.150 millones de euros por exportación de vino (+3,3%), máximo histórico tras crecer por noveno año consecutivo. El incremento de precio el pasado año está directamente relacionado con una cosecha corta en 2017 que provocó que el volumen bajara de los 1.950 millones de litros (-7,9%), el menor desde 2009. Ello permitió alcanzar el precio medio más alto hasta la fecha, por primera vez por encima de la cifra psicológica de los tres euros, un umbral que permite sentarse a la mesa de los países vitivinícolas más reconocidos.
Entre otros factores a considerar, el ‘milagro’ italiano ha ido de la mano de la explosión del ‘prosecco’. El espumoso italiano ha conseguido incrementar su presencia internacional hasta superar el volumen del granel por primera vez en su historia. Concretamente, en los últimos cinco años ha duplicado sus exportaciones de vino espumoso y ha reducido las de envasado y granel, profundizando así en la tendencia observada desde principios de siglo. Además, paralelamente, el vino envasado ha ido generando más ingresos gracias al incremento paulatino de precio.
“En lo que va de siglo”, sostiene la OeMv, “Italia ha ido enfocando progresivamente sus ventas en los vinos con mayor añadido y menos en el granel”. “Como consecuencia”, añade, “el precio medio global ha pasado de 1,41 euros/litro (año 2000) a 3,15 euros (2018)”. Un salto histórico que puede servir de referencia para países, como España, que todavía se basan en un mercado mayoritariamente granelístico. Lo que es evidente es que si empresas e intermediarios de países consiguen año tras año embotellar el vino granel español multiplicando el beneficio, el problema no radica en el producto sino en la comercialización.