Carlos Fernández Gómez, de Bodegas Tierra, Marta Gallego Ezquerro, de Bodegas Luis Alegre, y Lucía San Román Boli, de Corchos Amorim, han logrado los tres primeros puestos, respectivamente, en el concurso nacional de catador especialista en Tricoloroanisol (TCA), organizado el lunes 12 de febrero en el Edificio Científico Tecnológico (CCT) de la Universidad de La Rioja. La iniciativa, promovida conjuntamente por la institución académica, la empresa Gruart La Mancha y la Asociación Enólogos de Rioja (AER), ha otorgado premios en metálico para los tres primeros clasificados por importe de 3.000, 2.000 y 1.000 euros. Además, la empresa Gruart la Mancha ha ofrecido a los dos primeros clasificados un puesto de trabajo en el Departamento de Control de TCA de su fábrica de Valdepeñas (Ciudad Real).
Foto de familia de los participantes y organizadores en el primer en el concurso nacional de catador especialista en Tricoloroanisol (TCA.
En el concurso han tomado parte 50 participantes, divididos en dos sesiones consecutivas. En el primer turno participaron 25 concursantes (15 técnicos del sector enológico no asociados y 10 estudiantes del Grado en Enología, mientras que en el segundo concurrieron 25 enólogos pertenecientes a la Asociación Enólogos de Rioja.
El único requisito de participación consistía, precisamente, en la pertenencia obligatoria a uno de estos dos grupos: técnicos del sector enológico o estudiantes de último año del Grado en Enología.
Un momento del desarrollo del concurso nacional de catador especialista en Tricoloroanisol (TCA. Celebrado en la Universidad de La Rioja.
El tricloroanisol
El tricoloroanisol, popularizado en el ambiente enológico por sus siglas (TCA), es una denominación química conocida como la ‘enfermedad del corcho’ y que, según algunas estimaciones, afecta a alrededor del 4% del total del vino embotellado del mundo. Se trata de un proceso químico que se desencadena como consecuencia de la presencia de clorofenoles, moléculas, inodoras a priori, que se pueden encontrar en el ambiente y que están presentes, especialmente, tanto en el alcornoque como en el agua, pero también en el suelo de los bosques, la madera, la barrica, el tanque o en muy diversos alimentos, lo que significa que, en realidad, el corcho no tiene por qué ser, necesariamente, el ‘culpable’ del problema.